Un día, al despertar, sintió que algo había cambiado. Miró por la ventana y no vio a nadie. Su hermana mayor le dijo: “no te asomes, es peligroso”. Pero su curiosidad era demasiado grande, así que no paró de hacer preguntas.
¿Qué sucede?
¿Cómo puede ser?
¿Por qué ha pasado esto?
Su otra hermana, la menor, le explicó que todo era un juego. “En realidad no hay peligro, pero todos lo creen. El verdadero peligro son los demás”.
Esta afirmación, lejos de responder sus dudas, la confundía más aún. Intentó comunicarse con más personas, pero mientras más preguntaba menos comprendía lo que estaba pasando.
Buscó información donde solía hacerlo: la radio parecía estar transmitiendo una serie de ciencia ficción, algunas redes sociales estaban llenas de miedo, otras de ira… unas hablaban de protección, otras de injusticia…
Pasaron los días y su angustia era cada vez mayor. Sus hermanas no paraban de discutir, comparando información (tan contradictoria que era difícil pensar que hablaran de lo mismo) Y ella sentía que no tenía nada que decir. Con el tiempo dejó de hacer preguntas, y se dedicó a observar. Veía a personas poseídas por el pánico, y a otras por la rabia. Se atacaban unas a otras, culpándose de la tragedia que estaban viviendo. Los qué, cómo y por qué que el primer día la atormentaban, se fueron diluyendo en el sinsentido.
Entonces intentó buscar el silencio, pero era muy difícil.
Cerró los ojos y sintió que su cuerpo caía, lentamente, a través de una espiral llena de voces sin rostro que le decían:
“es por tu bien”
“debes protegerte”
“no es lo que parece”
“esto es una ruina”
“lo hacen para salvarnos”
“no hay que obedecer”
“algo malo están haciendo”
“debes ser responsable”
“debes ser desobediente”
“es peligroso, no puedes”
“te matarán para protegerte”
“no debes hacer nada"
“es una trampa, no lo creas”
“no es por ti, es por los demás”
“debes hacer algo”
“debes salvarte”
"debes confiar”
A medida que iba cayendo las voces se volvían más fuertes, y venían en todas direcciones. Entonces oyó una voz diferente a las demás, que en un principio no reconoció, hasta que se dio cuenta que había salido de su garganta. Un grito visceral, potente, que disipó todas las otras voces. Y se vio a sí misma, despertando con su propio grito que no había alcanzado a cavilar porque venía desde lo más profundo, de esa semilla que llevaba meses germinando en silencio, de esa contención que era a la vez pregunta y respuesta.
Un grito que pedía: “¡DEJADME VIVIR!!!”
Abrió los ojos y vio que sus hermanas la miraban, y antes de que formularan alguna pregunta, ella misma lo hizo:
“¿Hay algo más absurdo que dejar de vivir por miedo a morir?”