17 diciembre 2013

El Marqués.

Sabíamos que era mentirosillo, pero nos hacía hasta gracia. En broma, solíamos llamarlo “el Marqués” porque una vez contó una increíble historia sobre sus antepasados. Nos reíamos y él también se reía, y así todo quedaba en un juego. Cuando nos dijo lo de la enfermedad, algunos dudaron que fuera cierto, pero a la mayoría nos pareció demasiado grave para ser invención. Es más, se veía realmente afectado. En un mes y medio bajó más de 10 kilos, y las ojeras delataban su preocupación. Un día me llamó su hermana mayor diciendo que lo veía muy mal, pero su familia no estaba en condiciones de ayudarlo; su padre (quien supuestamente se habría cambiado el apellido renunciando así a su linaje) vivía de una jubilación muy limitada. La Seguridad Social no cubría ese tipo de tratamiento y su única salvación era viajar a Boston, donde tenían la tecnología para extirpar su sofisticado tumor.

Di la voz de alarma y esa misma noche reuní a todos los del grupo. El Marqués no se nos podía ir, no de ese modo, porque tendría sus defectos pero era parte de nuestras vidas. Fue Manu quien sugirió lo de la rifa, y Estela propuso lo del concierto benéfico. Lo organizamos todo en tiempo récord y con una coordinación que desconocíamos. Yo conseguí los grupos, entre mis alumnos del conservatorio había varios dispuestos a tocar por la causa. Lola, que tenía un puesto importante en la Renault, consiguió el Twingo para la rifa. Y fue fácil que el Ayuntamiento nos prestara el teatro e incluso ayudara con la publicidad. Cuando llegaron los de la tele parecía que todo alcanzaba dimensiones exageradas, pero logramos reunir casi el triple de lo que esperábamos. Cuando dimos al Marqués la noticia se echó a llorar: “sois los mejores amigos del mundo” (y de verdad que lo éramos).

La despedida en el aeropuerto fue de lo más emotiva, el Guapi llevó la guitarra y le cantamos y bailamos, y más de alguno terminó llorando. No es que pensáramos que no volveríamos a verlo, pero en cierto modo era el fin de una etapa de nuestras vidas.

Pasaron casi cuatro años sin que tuviéramos ninguna noticia. Varios intentamos averiguar, de manera infructuosa, a qué avanzado hospital había ido a parar nuestro amigo. Yo por mi parte, no conseguía explicarme cómo le habíamos perdido la pista de un modo tan tonto, hasta recuerdo haber sentido una especie de culpa por haberlo dejado partir solo en un momento tan delicado. Suponía que estaba vivo, de lo contrario habríamos tenido noticias. Sin embargo la respuesta llegó cuando menos la esperaba. Fue Alonso quien un día, viendo fotos de algún amigo de un amigo de otro amigo, lo reconoció en facebook. Lucía un espléndido bronceado y su inimitable sonrisa, mientras sostenía en la mano derecha un mojito y con el brazo izquierdo rodeaba a una rubia neozelandesa. Alguien lo había etiquetado como “Latin Lover”.

Desde entonces no dejo de preguntarme si sentirá algún tipo de remordimiento, si habrá aprendido hasta dónde se puede llegar con una mentira, si pensará que nunca va a encontrar amigos como los que tuvo en el grupo. Nosotros, desde luego, nunca volvimos a salvarle la vida a nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario